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No leerás

Por Cintia Rogovsky

Parece que no es la economía, estúpido. Y en eso estoy, extrañamente, de acuerdo con algunos máximos dirigentes del Gobierno. El problema es la cultura. 

Pero no cualquier aspecto de la cultura. La cultura del hambreo, de la deshumanización implicada en el fundamentalismo de la transferencia de recursos de las y los trabajadores a los más enriquecidos, la cultura de la timba y de la financiarización de todas las dimensiones de la vida. Esto no parece desvelar ni a nuestro presidente ni a nuestra vicepresidente (sic). Al contrario, podría creerse que allí se expresa, vigoroso, potente, erecto, el proyecto político y cultural anarcolibertario. Y en ese goce específico que parecen experimentar frente al sufrimiento popular causado por las privaciones y el sometimiento, hijo del miedo y de la desesperación, en escenas que podrían haber sido narradas por el Marqués de Sade. A este último posiblemente los libertarios también lo hubieran encarcelado a fin de que ninguna escritura dejara testimonio de sus perversiones, además de castigar su sodomía. Pocas cosas irritan más a los paladines de la libertad de mercado que la insurrección de la palabra escrita y leída libremente. ¿Será que el Maligno (de quien el presidente nos advirtió: reside en el Vaticano) urde trampas por diestra y siniestra, sobre todo por siniestra? Tal vez llegó la hora de una nueva cruzada que nos salve de sus tretas.

A nuestra vicepresidente lo (sic) desvela la literatura, con esa potencia que nace en las prácticas creativas, sensibles, y con frecuencia habita en las bibliotecas. Cuanto más disponible y accesible sea una biblioteca, cuanto más efectivos se hagan los derechos culturales y educativos, más riesgos tendrá la sociedad. De paso, coherencia: si se está privando a las niñas, niños y adolescentes del alimento, el acceso a la salud, la educación y la seguridad, habrá que privarlos también de conocer y soñar otros mundos mediante la lectura. Y de paso, privarlos de herramientas para reconocer y defenderse de abusos y violencias, como la Educación Sexual Integral. 

A los predicadores de la libertad los desvela, paradójicamente, la libertad de leer, libertad liberadora. No son originales, aunque su propuesta de ajuste a la cultura lectora se quede corta. El problema con la censura es que existen cisuras por donde se cuelan libros, capaces de sobrevivir hasta en los incendios de bibliotecas, las quemas de libros, las inundaciones. Libros empecinados en sobrevivir, disfrazarse y simular lo que no son, como «esas mujeres»: desde Hipatia de Alejandría, obstinadas en difundir lo que no se debe.

Se reclama algo simple: que detengan este libertinaje, para eso se votó libertad, digamos. En particular se reclama al gobernador, Axel Kicillof, y a sus responsables de las carteras de Cultura (Florencia Saintout) y de Educación (Alberto Sileoni), a cargo de implementar políticas de promoción de la lectura, de memoria, de identidad, de ampliación de repertorios lectores a las y los estudiantes. 

No es novedad: todo fascismo quema o manda a quemar, más temprano que tarde, algunas bibliotecas. Y de paso, establece un canon empobrecido, infértil, de lo que sí se puede, más bien, de lo que se debe leer para que nuestros niños (ahora sí, en masculino, basta de ese lenguaje corrompido) crezcan como argentinos de bien. Pero hete aquí que estamos en un problema, y nuestra vicepresidente no es de andarse con chiquitas. Eso más bien se lo ha dejado a sus admirados genocidas, expertos en torturas, violaciones, secuestros, robos, pero que se cuidaban muy bien de corromper mediante la lectura. 

De modo que, si se me permite la metáfora en tiempos de timba libre: hay que subir la apuesta. Lo siento por los amigos de las Fuerzas del Cielo, pero estimo que para proteger la moral hay que actuar con rigurosidad, aunque nos lleve a prohibir la lectura del Pentateuco (lágrimas de libertarios, aimsorry). Después de todo, hay que hacer algunos sacrificios: no basta con el hambre ajustador para hacer de este país una Alemania superior de acá a veinte años. La Inquisición, como sabían los militantes de Torquemada, compredía que los judíos tenían tratos y tretas con el Diablo (que posiblemente después encarnó en Marx o en los malos judíos que se oponen al genocidio palestino), pero no hay que irse de tema. Basta de permitir que se lean escenas como las de Levítico 18, que narran, con la excusa de prohibir esas prácticas estableciendo una legislación específica, prácticas sexuales explícitas como el incesto de padres con hijas y hermanas, tíos y sobrinos; onanismo y sodomía, sexo durante la menstruación, relaciones carnales entre abuelos y nietas. Encima, se pretende hacer de esa lectura formación moral y religiosa, confundiendo a los adoradores de las fuerzas del cielo que manan de esa fuente. La cosa no termina allí, lamentablemente: en varias partes de la Biblia, y en especial en el Antiguo Testamento, hay escenas sexuales que pueden ser fuente de corrupción lectora. Si no fuera por el Concilio Vaticano II, que permitió que los católicos accedan a la lectura de la Biblia, hoy no tendríamos que lidiar con este problema. 

Sin esas prohibiciones preconciliares, se nos pone a todos en riesgo de lecturas y liturgias en las que se incluyen relatos que hablan de hijas que emborrachan a sus padres ancianos para tener relaciones sexuales con ellos y encima quedar embarazadas, como Lot y sus hijas (Génesis 19:30-38). No se sabe si lo hacían «por un plan» o si el alcohol lo adquirieron con un subsidio estatal pagado con la nuestra, de esos que se terminan yendo por la «canaleta» de los vicios. El matrimonio igualitario no sería nada comparado con Samuel 13, donde leemos sobre Amnón, hijo del famoso rey David, que violó a su media hermana Tamar, o Génesis 35:22, donde nuestra moral es agredida al descubrir que Rubén, fundador de una de las 12 tribus de Israel, mantenía relaciones sexuales con una concubina de su padre llamada Bilha, y de paso, que Jacob era un hombre casado con dos esposas y tenía concubinas. Y lo dejo ahí, para no generar más angustia. Si se entera el presidente se deprime con historias como las de Abraham y Sara, que eran medio hermanos… 

En El infinito en un junco (2021), Irene Vallejo (perdón que cite a una mujer, ¡pero es europea, che!) nos dice: «No olvidemos que el libro ha sido nuestro aliado, desde hace muchos siglos, en una guerra que no registran los manuales de historia. La lucha por preservar nuestras creaciones valiosas: las palabras que son apenas un soplo de aire; las ficciones que inventamos para dar sentido al caos y sobrevivir en él; los conocimientos verdaderos, falsos y siempre provisionales que vamos arañando en la roca dura de nuestra ignorancia». Lo están avisando. Pero la cruzada no es temerosa: irá hasta el final aunque las brujas se obstinan en seguir publicando. Habrá que impedir la lectura de «clásicos» que se han colado en las currículas oficiales y en las bibliotecas escolares y populares, consagrados por nuestra derecha ilustrada incluso. Ha llegado la hora del anarcoliberalismo, que hace culto a la ignorancia y no teme derrocar a esos ídolos instalados por la tradición libreal conservadora. La cultura, aunque sea de derecha, es un territorio lleno de trampas, hasta en La Divina Comedia (traducida por primera vez por Mitre), escrita por ese poeta florentino no del todo libre de sospechas de herejía, aunque quizá sobreactuara enviando a los herejes al Sexto Círculo del Infierno, encontramos versos que narran el vínculo entre la lectura y la invitación a prácticas lujuriosas y adúlteras, castigadas con una condena al Segundo Círculo avernal: «Nuestros ojos, durante la lectura se encontraron: ¡perdimos los colores, y una página fue la desventura! Al leer que el amante, con amores la anhelada sonrisa besó amante, este, por siempre unido a mis dolores, la boca me besó, todo tremante… ¡El libro y el autor… Galeoto han sido… !’ Ese día no leímos adelante!». 

Habrá que censurar El matadero, por más liberal que fuera Echeverría. Para desacreditar a sus adversarios, escribe una escena en la que un joven unitario es atrapado por los kirchneristas (perdón, federales) y así lo tratan: «Abajo los calzones a ese mentecato cajetilla y a nalga pelada denle verga, bien atado sobre la mesa», dice uno de ellos. Lo intentan violar entre varios, pero finalmente la muerte lo salva. Habrá que censurar a Hilario Ascasubi (por más que fuera varón, mitrista y las tuviera bien puestas) porque en nombre de las buenas tradiciones se nos cuelan poemas como «La refalosa»: «Unitario que agarramos lo estiramos; o paradito nomás, por atrás, lo amarran los compañeros por supuesto, mazorqueros, y ligao con un maniador doblao, ya queda codo con codo y desnudito ante todo. ¡Salvajón! Aquí empieza su aflicción».

Podría seguir, pero me parece demasiada lectura. No sé, o sea, digo…

No lean esas colecciones que hace circular el Gobierno provincial. No lean la Biblia. No lean clásicos de tradición grecorromana renacentista. No lean literatura gauchesca unitaria.

No lean.

No.


No leerás

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