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«Operación Cóndor cumplida. Pasajeros, tripulantes y equipo sin novedad» (Puerto Rivero, 1966)

Por Carlos Ciappina

El avión está tomado, ponga rumbo uno-cero-cinco.

Antes que nada, una aclaración necesaria: rememoramos el Operativo Cóndor, no el Plan Cóndor. El Plan u Operación Cóndor es el nombre del Plan Criminal de Coordinación entre fuerzas represivas en América del Sur en connivencia con la CIA norteamericana. El Operativo Cóndor es su opuesto: un jalón en la lucha anticolonialista.

El Operativo Cóndor fue una acción de recuperación simbólica de las islas Malvinas que llevaron a cabo dieciocho jóvenes (entre ellos una mujer, María Cristina Verriez) de entre 32 años (el más “viejo”) y 20 años el más joven.

Hacía cuatro meses había llegado al poder, a través de un golpe de Estado, Onganía, patético general corporativista, fascista y fundamentalista católico que se propuso (como muchos otros generales antes y después que él) refundar la Argentina sin las molestias que ocasionaba esa cosa llamada democracia.

Como buen general hijo de la Doctrina de la Seguridad Nacional, fue muy eficaz en reprimir y perseguir a obreros, docentes, investigadores y jóvenes en general, y absolutamente cipayo para tratar las cuestiones vinculadas al imperialismo y el colonialismo.

Pero un grupo de jóvenes nacionalistas (muchos de ellos peronistas en la “resistencia”) no pensaban como el patético general y se propusieron “hacer algo”.

Conmueven las edades y también los trabajos de estos jóvenes: cinco son obreros metalúrgicos, ocho son empleados, cuatro estudiantes y una periodista. Son jóvenes del pueblo. Algunos tienen vínculos con los sindicatos de la CGT, en especial con la UOM; y es muy probable que, al menos en términos económicos, los sindicatos peronistas hayan apoyado la empresa.

La acción que concibieron fue audaz, efectiva y absolutamente despojada de derramamiento de sangre alguno: el 28 de septiembre de 1966, los dieciocho jóvenes abordaron un avión de Aerolíneas Argentinas que iba a Río Gallegos, lo “tomaron” y lo obligaron a aterrizar en las islas Malvinas. El avión aterrizó en la pista de carreras de caballos de Puerto Argentino, los jóvenes (que se denominaron “Cóndores”) descendieron y desplegaron siete banderas argentinas mientras renombraban el lugar como Puerto Rivero, en honor del gaucho entrerriano que resistió la invasión de 1833 (los ocupantes colonialistas lo llamaban y llaman hasta el día de hoy Puerto Stanley).

La acción tomó por sorpresa a los ocupantes de las islas, que al acercarse se asombraban de la juventud de los miembros del “comando”. El jefe de la Policía local y el responsable de los marines británicos fueron tomados como rehenes al acercarse a ver qué es lo que ocurría. Los jóvenes les explicaron que no consideraban estar realizando ninguna agresión, ya que las islas eran territorio argentino. Pero los británicos, como siempre avezados en el arte de la violencia, comenzaron a rodear el avión con reflectores, altoparlantes, nidos de ametralladoras, marines armados y carpas militares de campaña. Los argentinos se ocuparon de negociar para que los pasajeros del avión fueran alojados debidamente en casas de familia.

Los jóvenes quedaron solos en el avión, con sus banderas y dispuestos a no entregarse a las autoridades colonialistas británicas. La intervención del sacerdote católico de las islas permitió que dejaran sus armas (que nunca habían utilizado) dentro de la nave (al piloto argentino de la nave) y se retiraran acompañados por él, que los alojó en la capilla.

Durante dos días permanecieron en la capilla de Puerto Argentino. El primer día, los británicos irrumpieron sorpresivamente para buscar armas y las banderas. Las armas no estaban allí y las banderas no fueron entregadas de ninguna manera.

Un buque de la marina recibió a los “cóndores” desde una carbonera británica que zarpó de las islas y recién a bordo del buque nacional entregaron sus banderas al almirante argentino.

La Justicia argentina, en plena dictadura, detuvo y juzgó a los jóvenes nacionalistas por los delitos de privación de la libertad y tenencia de armas de guerra. Tuvieron el mínimo decoro de no juzgarlos por lo acontecido en Malvinas, sino por el secuestro del avión y su desvío. Aun así, los jóvenes nacionalistas fueron enviados a prisión en vez de ser premiados por su coraje, su valentía y el valor de generar un hecho de soberanía tan significativo sin disparar un solo tiro.

Todos cumplieron nueve meses de condena salvo Dardo Cabo, Alejandro Giovenco y Juan Carlos Rodríguez, conocidos por su pertenencia a la resistencia peronista, quienes fueron encarcelados durante tres años.

Para dar fe de su profundo cipayismo, el general Onganía emitió un comunicado el día 29 de setiembre señalando que: “La recuperación de las islas Malvinas no pude ser una excusa para facciosos” (sic). Para Onganía, los “facciosos” eran los argentinos que recuperaban las islas y la “legalidad”, la ocupación colonialista británica. Claro, en ese momento visitaba el país el Príncipe de Edimburgo (esposo de la reina Isabel II) con motivo del Campeonato Mundial de Hipismo al que Onganía era tan afecto junto al esposo de la reina británica.

Pero el impacto nacional e internacional fue bastante amplio y sobre todo provocó manifestaciones de júbilo popular en varias ciudades del país, que estaba sometido a una férrea censura.

Una bandera de las que flamearon en las islas está en exhibición en el Salón de los pasos perdidos del Senado, otra en el Museo del Bicentenario, en el Patio Islas Malvinas de la Casa Rosada, en la Basílica de Itatí, en la de Luján, en el Espacio por la Memoria (ex Esma) y en el Mausoleo del ex presidente Néstor Kirchner. Todos homenajes desarrollados hasta el año 2015.

En este 2016 en el que la causa Malvinas retorna de la mano de intereses individuales (de la canciller que quiere presidir la ONU), empresariales y geopolíticos (de las empresas petroleras y pesqueras británicas y asociadas que quieren seguir robando nuestros recursos del Mar del Sur), junto a la impericia e irresponsabilidad de un presidente que piensa en Malvinas desde el punto de vista del “costo” de su hipotético mantenimiento, las acciones de estos jóvenes de hace cincuenta años, su desprendimiento y su patriotismo crecen y se agrandan con el tiempo.

No fue casualidad que al líder de ese “Operativo Cóndor”, Dardo Cabo, lo detuviera y asesinara la última dictadura cívico-militar, con ese desprecio por la vida humana que nuestros generales volvieron a mostrar cuando con su patriotismo de ocasión y manotazo de ahogado enviaron a miles de otros jóvenes a una guerra imposible.