Por Daniel Cecchini
El 16 de septiembre es un día oscuramente significativo en la historia argentina. Hace sesenta años, en esa fecha, un general de apellido Aramburu y un almirante apellidado Rojas se levantaron contra el gobierno constitucional de Juan Domingo Perón. Tres días después, el golpe que quedaría en la historia por un fusilamiento de camaradas de armas y una masacre de civiles en un basural había triunfado. Otro 16 de septiembre, esta vez de 1976, los grupos de tareas de la dictadura cívico-militar más sanguinaria que sufrieron los argentinos secuestró a un grupo de estudiantes secundarios en La Plata, no sólo porque reclamaban el boleto estudiantil para sus compañeros, sino porque eran militantes políticos comprometidos con el proyecto de un país más justo.
Difícilmente la Cámara en lo Contencioso Administrativo de Tucumán haya recordado el miércoles, otro 16 de septiembre, alguna de esas dos fechas cuando, en un fallo insólito, declaró inválidas las elecciones realizadas en esa provincia. La medida, que no tiene antecedentes ni explicación lógica (el Fuero en lo Contencioso Administrativo no tiene nada que hacer en cuestiones electorales), salió a pedir de boca del derrotado candidato a gobernador de Cambiemos, José Cano, que la había solicitado. Cano, seguramente, tampoco recordó esos dos 16 de septiembre tan negros cuando festejó un triunfo ilegítimo que no pudo conseguir legítimamente en las urnas.
Si se les preguntara, tanto los jueces como el político radical Pro dirían que no hicieron otra cosa que defender la democracia, las instituciones de la República. Ninguno de ellos reconocería que el miércoles, otro 16 de septiembre, lo que hicieron fue dar un golpe contra la voluntad de la mayoría de los ciudadanos.
Si se les preguntara, tanto los jueces como el político radical Pro dirían que no hicieron otra cosa que defender la democracia, las instituciones de la República. Ninguno de ellos reconocería que lo que hicieron fue dar un golpe contra la voluntad de la mayoría de los ciudadanos.
Dirían, indignados, que no es lo mismo. Y tal vez sea cierto. Por estos días, los políticos que representan los intereses de los grupos económicos concentrados ya no golpean las puertas de los cuarteles (simplemente porque, por el momento, no hay timbres para ellos ahí), y entonces van golpear las de un tribunal amigo.
Todo esto el mismo día, 16 de septiembre, en que Fernando Niembro debió renunciar a su candidatura a diputado nacional por Cambiemos en la provincia de Buenos Aires. Una renuncia que tiene como objeto centrar el tema en el perro y no en quienes les dieron de comer, llámense Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, y siguen las firmas.
Vaya casualidad: una cosa tapa la otra y los medios hegemónicos pueden jugar a olvidarse del corrupto y de sus socios de corrupción en el Gobierno porteño en sus tapas para ocuparse de Tucumán.
ni los jueces, ni los políticos derrotados, ni los medios concentrados van a reconocer que lo de Tucumán fue un paso más en la coreografía de un golpe blando que renunció a desplazar al Gobierno Nacional pero que busca deslegitimar al próximo.
Ninguno de ellos –ni los jueces, ni los políticos derrotados o que vislumbran su próxima derrota, ni los medios concentrados– van a reconocer que lo ocurrido el miércoles en Tucumán fue un paso más en la coreografía de un golpe blando que ya renunció a desplazar al Gobierno nacional pero que busca por todos los medios deslegitimar al próximo con una andanada de acusaciones de fraude.
Poco importa si después no las pueden demostrar. Lo que importa es su eficacia sobre la opinión pública
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