Desde hace casi treinta años a esta parte, Pablo Ayala pasó por todos lados: desde organizar una agrupación estudiantil con el nombre de Manuel Santillán El León en la escuela, pasando por la gestación de los Putos Peronistas -una de las expresiones políticas más singulares de la era kirchnerista-, hasta incluso ser candidato a intendente en su propia ciudad. Hoy, con 46 años encima y todavía activo con el grupo Uturuncos en La Matanza, su ciudad natal, sigue dando una pelea de trinchera propia para encontrar a «las tribus urbanas del peronismo».
De dormir durante días en el festival de rock Buenos Aires No Duerme entre punks y pibes de la calle a mediados de los noventa, a compartir filas con el histórico dirigente Dante «Canca» Gullo en el génesis de la década kirchnerista, la historia militante de Ayala está plagada de idas, venidas, peleas, reencuentros y reorganizaciones, pero con la mirada siempre puesta en los subsuelos donde, en algún lugar, está sublevándose todavía el peronismo. Contexto conversó con él sobre ese largo recorrido militante que, además de un camino personal, sintetiza el pulso de toda una juventud maldita que recuperó la memoria política entre el legado prohibido de los setenta y las canciones de Los Redondos.
¿Cómo fue encontrarte con la militancia peronista, en especial en el tránsito de los ochenta a los noventa?
Hay distintas etapas, cuando era chico me crié en las unidades básicas de Laferrere, mi mamá leía La Voz del Pueblo, que era publicado por los Montoneros, allá por el año 82. Leía literatura y prensa de izquierda, esas revistas tipo Los hombres de la Historia, aparecían Lenin, el Che. Cuando encontré la historia del peronismo revolucionario, ya de grande, me topé de casualidad con Cazadores de Utopías, un documental de David Blaustein. Por ese entonces también estaba La Voluntad de Caparrós. Una época de fuerte búsqueda de mirar al pasado sin tanta teoría de los dos demonios. Mirar en el espejo de los setenta, la propia identidad.
¿Por qué justo el peronismo, con lo delicado que podía ser en pleno momento de llegada del neoliberalismo el surgimiento de las nuevas izquierdas?
No me llamaba la atención la izquierda porque los veía lejos de mi mundo, iba al Parque Centenario y me parecían medio extraterrestres, no los entendía. Además en La Matanza el peronismo estaba pintado en las paredes. Para mí la Marcha Peronista es mi infancia con esos parlantes de los carros de los chatarreros, esos parlantes de cono con un sonido medio metálico, y la voz de Hugo Del Carril que parecía hecha específicamente para esos parlantes.
Y tu adolescencia ya arranca junto con el menemismo.
Los noventa arrancaron y yo tenía quince años, terminé la secundaria en el 92, terminé el secundario y había un mundo despiadado. No había a dónde ir ni a dónde volver. Y no tenía dónde aplicar nada de eso que me había legado mi mamá tipo Sarah Connor [risas]. Y estaba muy enojado por eso, un enojo con mi vieja, como diciendo «yo no quiero ser esto, quiero ir a bailar, salir, tener una banda de rock».
Curiosamente, uno de tus primeros pasos militantes fue eso llamado Agrupación Manuel Santillán El León, con el nombre de una canción de Fabulosos Cadillacs. ¿Qué significaba eso?
A los veinte años vivía solo en una casilla al fondo de Virrey del Pino, trabajaba como limpieza en la planta de Mercedes Benz. Y se me ocurrió armar una banda de música, Bangladesh, una banda pensada para la pachanga tipo Vilma Palma con la mera idea de salir a tocar, emborracharnos, todo eso. Pero como yo vivía solo, mi casa era como una especie de polo social y cultural y siempre venía gente. Hacíamos festivales de bandas, eventos, nos juntábamos a discutir. Pero por sobre todas las cosas, nos daba la posibilidad de ser muchos, juntar gente. «Vos tocá la pandereta, vos la timbaleta, vos el teclado, vos los coros», que sea algo colectivo. La expresión barrial estaba por todos lados, pero, a diferencia de ahora, no había espacio oficial, no estaba una Secretaría de Cultura que diera espacio a eso, como pasa ahora.
En ese momento, dejamos de querer ser una banda de rock y pasamos a querer ser una orquesta popular. Entonces, con los carteles y panfletos de la banda que le venía metiendo diseños con elementos peronistas, la banda pasa a ser el mascarón de proa de algo decididamente político. Ahí se decanta en armar una agrupación estudiantil, que combinara lo cultural y que tomara una idea política, y nosotros decíamos que éramos la Agrupación Manuel Santillán El León de la Izquierda Peronista. Y hacíamos fiestas donde venía hasta el cura del barrio, con un sustrato muy popular, se mezclaba con gente que hacía chamamé, murgas.
Esa pata «cultural», por así decirlo, de los noventa, que fue una suerte de germen de lo político…
Una especie de resistencia de la cultura. La cultura tiende a retroceder a lo conocido cuando se ve atacada. Gente dejando de consumir lo comercial y volviendo a acompañar las bandas desde abajo hacia el éxito, todo ese caminito. Eso pasó con Los Piojos, La Renga, Bersuit. Pasó algo parecido incluso con el fútbol del ascenso. Los tipos que miraban el fútbol internacional pasan a ir a ver a Brown de Adrogué, Defensa y Justicia. Cuando el país está destruido la última trinchera que queda es el barrio.
¿Ese retroceso «empoderó» las ideas de lo popular en ese entonces, contra lo que sería el avance de lo foráneo, de Mtv en la juventud?
Se puede resumir en dos personajes, la búsqueda de símbolos propios: Sandro y La Mona Jiménez. Dos tipos que eran considerados grasas, pasando a constituirse como símbolos del rock y la cultura argentina. Dos tipos que a pesar de todo, del pasado, seguían remándola, que no dijeron nunca nada ideológicamente, pero que lo disruptivo estaba en lo que representaban. Todo eso lo absorbimos nosotros. Eso en cuanto a lo cultural por ese lado, pero también después nos encontramos con la APDH, que en La Matanza tenía un dirigente histórico que es Pablo Pimentel.
En el 97, 98, recuerdo el fetival Buenos Aires No Duerme que lo organizaba el Gobierno porteño, cruzármelo a Pino Solanas, ir ahí y quedarme a dormir durante días, con pibes de la calle, con punks. Estábamos con un amigo que hasta iba con su hija. No teníamos un peso, enganchamos justo que había un taller de panadería a las siete de la mañana y conseguimos pan para comer. Taragüí tenía un stand donde te regalaban mates y tocaba un DJ. Yo volví a mi casa después de días, sucio. Todo eso absorbíamos de cada cosa. Del mainstraim y el barrio.
Después llega Néstor Kirchner y de algún modo sintetiza todo eso que se cocinó generacionalmente…
Nosotros ya habíamos sintetizado eso, algo que después el kirchnerismo puso en línea: a Maradona con las Madres, con Los Redondos y los setentistas. Cosas que antes parecían disímiles, después las aglutinó y las hizo banderas propias. Cuando tocábamos con Bangladesh, a veces compartíamos escenario con comparsas de travestis. Nunca hubo miradas transfóbicas ni homofóbicas, ni de comentarios, ni chistes. De hecho había como un trato «entre artistas», pongámosle. El kirchnerismo pone eso todo junto. Y nosotros sentíamos que todo lo que hacíamos era «El Peronismo», una masa que se iba amasando y tenía que salir por ahí.
¿Cómo continuó la cosa en esos primeros años de protokirchnerismo, por así decirlo?
Yo sigo el proceso de la elección de 2003 hasta la renuncia de Menem. Me llamó la atención después con las declaraciones de Kirchner con las reivindicaciones setentistas, los derechos humanos. Al poco tiempo aparece Miguel Bonasso como candidato en Ciudad, que en su momento era un gran referente. Por ese entonces me cruzo en un evento al flaco [Carlos] Kunkel y me dice que se está reuniendo en el bar Michelangelo con un grupo de viejos militantes de los setenta, con exmontoneros. Y fui a una de esas reuniones. Entré con mi gorrito. En un acto en San Justo estaba con mi remera de Montoneros y mi brazalete con las siglas de Manuel Santillán El León. Ahí dije que nosotros éramos los pibitos que salimos de la esquina para cambiar el mundo en el 2001 y que éramos la generación que enganchaba con la juventud de los setenta.
¿Cómo aparece lo que se convirtió en Putos Peronistas?
En el 2007 fui candidato de Pino Solanas en La Matanza, fue una buena elección en ese entonces. Pino de todas maneras nunca vino a La Matanza en esa elección. Ya para el 2008 en el conflicto con el campo, estábamos de vuelta en el kirchnerismo. Entre medio de esos dos hechos, aparece la camada de Putos Peronistas inicial. Yo tenía como candidata una compañera que era mae umbanda, con un grupo que estaba en los templos. Yo les preguntaba por qué no eran peronistas.
De entrada era una expresión de grupo de pertenencia, pero después llega lo político en el conflicto con el campo, cuando se suma un compañero mendocino que tenía más formación política. Él da una nota en el suplemento Soy y eso terminó atrayendo a todo un sector de la capital federal, que trabajaban en call centers, laburos así, gente del interior que se mudaba a capital y se había peronizado al ritmo de la 125 y que encuentra en los Putos Peronistas una posibilidad de mixturar sus dos identidades, por así decirlo.
¿Qué significaba el entrecruzamiento de esos mundos?
Me acuerdo de gente que venía de la CHA [Comunidad Homosexual Argentina] y decirnos «si yo me voy a la CHA puedo decir que soy puto pero no peronista, y si me voy a un grupo peronista puedo decir que soy peronista pero no puto, acá puedo ser ambas cosas». Aparte, no había nada que caretear, habíamos pasado ese umbral sobre lo que somos. Después tomó forma propia. Hoy sería más complejo por lo mal visto que sea un sector organizado por alguien que no es parte del colectivo. Pero en ese momento no teníamos tiempo de detenernos, era momento de reivindicar cosas que había leído, cruces del peronismo y la diversidad que no habían llegado a buen puerto, el FLH con La Tendencia. Estaba ahí una historia abierta y había que cerrarla poniendo el peronismo en el lugar que corresponde, que siempre es el reivindicador de los humillados y olvidados de la patria.
¿Cómo continuó esa experiencia?
Empieza en La Matanza y se traslada al centro de CABA. Caballito y Virrey del Pino. El progresismo de Acoyte y Rivadavia con el fondo de La Matanza [risas]. Los Putos Peronistas igual siempre fue un elemento marginal, no nos dieron mucho reconocimiento. Después en el 2014 me nombran secretario de Diversidad en el PJ, pero después no hubo muchas más herramientas por eso. Pero logramos alentar la formación de agrupaciones de la diversidad, un congreso nacional de la diversidad con delegados de distintas organizaciones. Muchos de esos compañeros y compañeras son protagonistas en sus provincias.
De los Putos Peronistas se hizo una película muy conocida, pero después te alejaste. ¿Qué pasó?
Ya hace años que no voy a presentar la película cuando me invitan a una proyección, ni voy a las marchas del orgullo. Cuando muchos se subieron a la «moda», yo decidí bajarme. Los tiempos cambiaron, los compañeros y compañeras tienen sus propias voces. De todas maneras no puedo dejar de sentirme feliz cuando voy a Plaza de Mayo a una movilización y pasa una agrupación con su correspondiente bandera del arcoiris. Siento que algo tuvimos que ver, y que terminó en una victoria y puso al peronismo en un lugar que correspondía. Después seguí mi camino haciendo cosas, volví al barrio a organizar Uturuncos, formando pibes.
Todo el tiempo en el under, nunca queriendo «llenar River»…
Quizás es miedo a dejar de ser uno mismo. Pensaba hace unos días si pudiera encontrarme conmigo mismo, con el Pablo de cuando tenía diecisiete años, que no la pasaba muy bien, ¿qué se dirían uno a otro? Y yo le digo que soy asesor de un ministro, ¿qué me diría?: «¡Pero cómo, si odiábamos a los políticos!».
¿Siempre hay que caminar entre los bordes para peronizar?
La patria está mal y hay que seguir todo el tiempo generando militancia y mostrando que hay que volver a lo de siempre, a la fuente. Cuando ocurrió lo de Nisman, que hubo una irrupción de discursos sobre el peronismo y la supuesta hostilidad hacia judíos, armamos una reunión, donde citamos Los muchachos peronistas judíos, libro de Raanan Rein de la universidad de Tel Aviv. Después un compañero se contacta con él y de pronto se arma el grupo Los judíos peronistas. Cuando el Cuervo [Andrés Larroque] asumió, me junté con gente que venía de la militancia de la discapacidad para aglutinar las demandas de ese colectivo. Y así estoy todo el tiempo, tratando de tejer redes de las tribus urbanas del peronismo para acercarlas. La comunidad organizada, que le dicen.