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Panamá: a veintinueve años de la invasión de Estados Unidos

Por Stella Calloni*

El 20 de diciembre de 1989, Estados Unidos invadió Panamá, después de una brutal campaña de desinformación y mentiras, cuando ocupaba colonialmente la zona del canal donde estaba enclavado el Comando Sur y sus bases militares.

Para invadir Panamá, de poco más de dos millones de habitantes, sus helicópteros y aviones levantaron vuelo y en minutos estaban lanzando sus primeras bombas en la ciudad. También lo hicieron por mar, tanto por el Pacífico como por el Atlántico, algo de lo que poco se habla. La capital panameña tenía unos 600 mil habitantes.

Sólo había que cruzar la llamada Avenida de los Mártires –en homenaje a los veintidós héroes estudiantiles que en 1964 fueron asesinados por las tropas estadounidenses por intentar plantar la bandera panameña en el territorio usurpado–, que separaba la capital de la zona del canal. La acción de las tropas de Estados Unidos dejó más de mil heridos, pero esa fecha fue un parteaguas en la historia de la lucha por la soberanía.

En realidad, la invasión comenzó en las últimas horas del 19 de diciembre, y en las primeras del 20 estaban bombardeando en distintas zonas y en la propia capital, donde la primera bomba produjo un temblor como si fuera un terremoto. Antes habían trasladado desde la capital a los dirigentes de la oposición que, en menos de media hora, ya estaban instalados en el Comando Sur. Allí sería juramentado como nuevo presidente de Panamá Guillermo Endara por las autoridades del Comando Sur.

El presidente George Bush nombró esta invasión como “Causa Justa” en nombre de “la democracia y los derechos humanos”, y tenía como argumento lograr la detención del jefe de las Fuerzas de Defensa de Panamá, Manuel Noriega, acusado de narcotraficante, al que los medios del poder hegemónico llamaban el “dictador”, a pesar de que nunca fue presidente. En el momento de la invasión era presidente Francisco Rodríguez.

Para detener a un presunto narcotraficante, ¿hay que invadir un país cualquiera, en este caso, pequeño y sin armamento de guerra?

Las Fuerzas de Defensa se habían creado para sustituir a la Guardia Nacional y al momento de la invasión eran un ejército chico y prácticamente desarmado para enfrentar semejante poder de fuego. La Fuerza Aérea estaba en formación.

Estados Unidos no sólo utilizó a fuerzas acantonadas en el canal, sino que trasladó a sus fuerzas de élite, incluyendo a excombatientes de Vietnam, especie de “Rambos”, y en las primeras horas bombardearon lugares estratégicos que no tenían ninguna capacidad de defensa.

La invasión dejó alrededor de siete mil muertos. Los datos más difundidos fueron cuatro mil y miles de heridos, y el primer bombardeo a la ciudad destruyó e incendió el barrio del Chorrillo, donde la mayoría de las casas eran de madera y se habían levantado en la época de la construcción del canal. Allí estaba enclavada la comandancia de las Fuerzas de Defensa, un cuartel pequeño en un barrio pobre.

Las tropas del Comando Sur encerraron a los periodistas que habían llegado desde Estados Unidos para cubrir la invasión y a un grupo de corresponsales de distintas agencias europeas y de Notimex, de México, para impedir que difundieran lo que iban a hacer.

Otros corresponsales debimos trabajar en condiciones dramáticas. Estados Unidos no sólo probó aviones como los Stealth, que volaban silenciosamente, y que bombardearon distintos lugares. Probaron diversas armas sobre la población indefensa, como en Guernica.

En Panamá no había presos políticos, sólo un hombre de la CIA que había sido detenido por montar radios para transmitir mentiras sobre la situación panameña durante las elecciones de mayo, y que estaba en el cuartel central. La primera operación de Estados Unidos fue sobre el cuartel general en el Chorrillo para liberarlo, donde perdieron un helicóptero, derribado por los escasos defensores, pero salvaron a su hombre para después comenzar el duro bombardeo.

Cuando entraron las tropas, la orden fue que debían entregarse todos los varones de catorce a setenta años, que fueron tendidos en las calles con las manos atadas a la espalda. Luego armaron campos de detención rodeados de alambradas de púas donde fueron llevados muchos panameños, mientras buscaban detener a los miembros del Partido Revolucionario Democrático (PRD) surgido por decisión del general Omar Torrijos, quien se enfrentó con Estados Unidos y la cómplice oligarquía panameña desde que produjo un golpe en 1968 que cambió la historia de Panamá.

Torrijos se comprometió a luchar –como lo hizo– por los derechos del pueblo panameño, y fue clave en el apoyo a la Revolución sandinista de 1979 y a todos los luchadores de la región. Además, en los intentos de unidad de Centroamérica, Panamá comenzó a existir en el mundo como un país en lucha por su soberanía. Amado por su pueblo, murió en un “accidente” de aviación el 31 de julio de 1981, después de haber aparecido como enemigo de Estados Unidos en el documento de Santa Fe 1 (1980) junto al presidente de Ecuador Jaime Roldós, que no casualmente había muerto en otro «accidente» de aviación el 24 de julio del mismo año. Ambos fueron asesinatos de la CIA, que ya los había condenado en varios documentos.

América Latina no reaccionó ante la barbarie de la invasión y no sólo fueron las derechas del continente, sino sectores de izquierda que cayeron en las brutales trampas de la desinformación y no respondieron. Sólo algunos sectores de izquierda verdadera lo hicieron. Cuba fue la primera llama de la solidaridad y sus diplomáticos incluso fueron detenidos.

El torrijismo era considerado como un enemigo también por las dictaduras del continente, especialmente por la solidaridad del gobierno con los pueblos oprimidos y con los exiliados de la región.

Los defensores de Panamá en los primeros momentos fueron los “Batallones de la dignidad”, que se estaban preparando para resistir una acción de Estados Unidos y que eran militantes del Partido del Pueblo (Comunista), estudiantes y trabajadores de izquierda, a los que algunos llamaron “los escuadrones de la muerte de Noriega”, una canallada porque en Panamá no había escuadrones de la muerte como en El Salvador y Guatemala, o paramilitares como en Colombia y otros países. Tampoco había una dictadura ni presos políticos. Los primeros muertos fueron jóvenes de estos Batallones y militares que resistieron con lo que tenían. Resistencia que duró hasta los primeros días de enero en algunos barrios heroicos. El general Marc Cisneros, al frente de las tropas invasoras, dijo que antes de que se enfriara la cerveza que estaba tomando Panamá ya estaría rendida. Sin embargo, no fue así. Se resistió mientras se pudo, mientras la clase alta no sólo festejaba la invasión, sino que entregaba a quien pudiera a los invasores, que además robaron en toda la ciudad y todo lo que había en el aeropuerto internacional panameño.

Hasta hoy permanecen sin ser abiertas varias tumbas colectivas donde los norteamericanos arrojaron a los muertos, mientras otros eran tirados en bolsas negras al mar. A la destrucción del país se agregó que los invasores abrieron las cárceles de delincuentes comunes y los dejaron arrasar la ciudad en los primeros días de la invasión.

Fui testigo del horror a sólo cuatro días de la Navidad, cuando la ciudad estaba adornada de pesebres en las calles. Vi imágenes sobrecogedoras, como la de una joven muerta en un charco de sangre junto a una imagen de la virgen de un pesebre. Vi a los niños y a las familias corriendo por el malecón esa madrugada del 20 de diciembre que nunca podré olvidar. Asocié esa imagen con la de la niña corriendo desnuda tras un bombardeo en Vietnam. Viví el dolor profundo de la injusticia y de la impotencia ante semejante crimen de lesa humanidad, y como periodista mandé las notas, respondí cuando pude a radios de mi país y de otros lugares, donde conté la tragedia y denuncié la ausencia de los organismos internacionales. En medio de la noche, escuché el llanto desesperado de los niños que hoy son mujeres y hombres marcados por aquellos días del terror.

Junto a compañeros de Prensa Latina y de la Televisión cubana, además de un querido periodista dominicano que vivió la invasión de 1965 a su país, nos constituimos en las escasas voces de esos primeros momentos. Reivindico a radio Libertad de Panamá, que transmitió hasta que la bombardearon. Nunca olvidaré a esos compañeros. Nunca pude volver al departamento pequeño que ocupaba y que fue allanado dos veces por tropas de Estados Unidos. Muerte, desolación, destrucción era lo que veíamos y nos preguntábamos por qué, para qué, sin respuesta lógica.

El Imperio estaba dando sus mensajes a América Latina y al mundo.

Cuando el tiempo pasó y los familiares lograron que se abriera una de las tantas tumbas colectivas que hay aún en distintos lugares, fueron encontrados tanto civiles como militares panameños que en todos los casos habían sido sacados de los hospitales heridos y asesinados con un disparo en la nuca.

Temblé y lloré junto a un pueblo al que amaba y amo. No puedo olvidar la indiferencia o la banalización de estos hechos. Abracé a las madres de los pañuelos negros que tiran hasta ahora flores al mar para recordar a sus muertos, muchos desaparecidos hasta hoy. Y hasta hoy acompaño desde donde estoy a madres y familiares de las víctimas, pero esencialmente al pueblo de Panamá, que siempre fue inmensamente solidario.

Hoy, 20 de diciembre de 2018, en un nuevo aniversario de la invasión, llamo a la solidaridad con un pueblo al que nunca se le hizo justicia y que está siendo nuevamente invadido por tropas de Estados Unidos, que amenazan a Venezuela. Es hora de cerrar una vieja deuda con ese pueblo. Es hora de la verdad. Justicia ya para los panameños.

No más bases de Estados Unidos en Panamá. Es hora de la verdad y la justicia, cuando nuevamente estamos ante el peligro de una invasión en pleno siglo XXI contra Venezuela y cuando el proyecto de recolonizar a Nuestra América avanza mediante otro tipo de guerra contra nuestros pueblos y nuestros dirigentes, contra nuestros derechos de ser por fin definitivamente independientes. Sólo la unidad y la solidaridad nos harán libres.

Las madres, las familias panameñas, aún nos necesitan. Abracemos a un pueblo al que se ha olvidado, un pueblo que nos necesita tanto como nosotros a ellos. Que nunca más sea.


* Periodista y testigo del crimen y la devastación contra un pueblo hermano.