Por Ramiro García Morete
El río nunca es el mismo, dicen. O nosotros somos y no somos los mismos, diría Heráclito. También dicen que el río habla. ¿Cómo la música? “La música no significa nada”, aseguró un compositor francés. Antes de estudiar dibujo, iniciados los 2000, para Juan la música significaba no mucho más que MTV y los gustos de su hermana Jéssica. En aquellas clases se filtrarían desde Tool hasta Redondos y sus nuevas amistades adolescentes le abrirían la puerta a bandas “alternativas” como Catupecu o el punk. Antes de conocer a Fran en el Comercial San Martín, el cristianismo significaba -no sin razones- abuso y matanza en su nombre. Quien hoy vive en Australia, primer baterista y actual encargado de sumar la cuota electrónica cuando realiza visitas como la de estos días, no necesitaba palabras. Fue desde la acción, recordará Juan. Primero no fue el verbo, entonces.
“Somos y no somos los mismos”, dirá sobre como esa filosofía fue creciendo, a la par de la música. La misma que se volvió algo más real cuando su hermana recibió una criolla y sacando acordes de Los Piojos, aprendió hasta conseguir una Strato Roja Squier y tocar en Lar del Son. Sería sin embargo la invitación la presentación del disco de Emya (donde Fran cantaba y Elías tocaba la guitarra), allí por el 2003 0 2004, que se sumergiría más de lleno en el hardcore. Casi diez años después, algunos integrantes emigrarían, pero los compañeros seguirían unidos. Por entonces también compartían la experimental Blien Viesne. Con la necesidad de fundar y refundarse, los tres integrantes que quedaban de Emya se repartirían en nuevos roles instrumentales. El pasaje de Fran a la batería sería una de las razones por las cuales no contarían con un cantante convencional, pero también el exponente de una idea que proponía conciliar de sus bandas anteriores la experimentación de una banda y la filosofía de otra. Con la alta montaña como rumbo, la música se encausó a través de ambientes profundos y de variados matices. Ya no desde el riff o la canción, sino deconstruyendo progresiones armónicas hasta lograr pasajes sonoros de notable riqueza y calidad, entre la calma y el estoicismo. El fuego, el río, la montaña y toda la simbología natural conformarían un imaginario donde las palabras -y mucho más términos como “post rock” o “post hardocore”- son medios incompletos para nombrar algo más grande e inasible. Juan hablará de espiritualidad. La música, más allá de sus títulos, habla por sí sola. Comprender el cauce -tanto como la montaña- es esencial Para Establecer un Río, nombre que lleva la banda de Juan Riquelme en guitarra, Elias Oldani en bajo y Jonatan Serpilli, actual baterista.
“Hoy tenemos la anteúltima fecha después de un año bastante movido -introduce Riquelme-. Sobre todo los últimos dos meses. Solemos tocar bastante, pero como Fran vino a Argentina organizamos una gira”. Desde Australia, Sonur comenzó a incursionar en lo electrónico y los sintetizadores, por lo cual en sus participaciones suma una esfera que la banda resuelve parcialmente con secuencias.
“Por lo general no tenemos algo fijo -explica el modo compositivo de una banda que escapa al formato estándar-. Lo más usual es llegar con una idea y trabajarla en conjunto”. Y especifica: “Caigo con una base armónica, con la guitarra más, lo escuchamos y cada uno desde su instrumento, a imaginarse algo en base a esa idea. Eso que tocaba con la guitarra luego es una parte de algo que toca el bajo. Siempre estamos pensando más desde el lado textural o ambiental que una melódica en concreto. Por ahí las melodías surgen después”.
Respecto a la simbología de la banda, “no es que pensamos en fuego, por ejemplo, y tocamos esto. O montaña y tocamos otra cosa. Creo que se trata más de una filosofía de vida que nos reúne como personas, como músicos y todas esas cosas es lo que somos. Es lo que somos y es lo que sale”. El músico se explaya: “Dije filosofía, pero lo vemos como una espiritualidad en base a vivencias y creencias”. Tanto en su discurso como en sus modos, deja muy en claro que sus creencias escapan al orden eclesiástico y mencionará a Chile o Bolivia como ejemplos nefastos de ese uso religioso. “Lo que interpreto históricamente es que la Iglesia generó males y división. Y Jesús habla del amor, que lo que hace es reunir al as personas es en un ambiente de bienestar. La institución evangélica o católica no lo cumplió bien, sino que todo lo contrario. Por eso siempre aclaro que no va desde ese lado, sino desde las relaciones de persona a persona. No tanto el escenario como la figura de rockstar, sino poder bajar y poder compartir con una persona. Desde ese lado más humano”. Y despegándose de banda evangelistas o cristianas, deja el claro: “¿El sonido puede profesar una fe? No. Los que somos cristianos, en todo caso, somos las personas”.
“Los mapas del fuego”, cuyos títulos simulan ser coordenadas pero refieren a versículos específicos, está muy vinculado a lo ocurrido en Bolivia. “Nos da bastante asco ver las cosas que se hacen en nombre de dios o la religión”.
Más allá de lo metafísico, la banda cuenta con varios viajes encima. En especial uno a Europa donde la herencia hardcore los llevó por un circuito de bancos, casas y fábricas tomadas. “Un viaje increíble -evoca-.Lo que es la experiencia de viajar y hacerlo con la música es algo que me encanta. Y esta idea que tiene todo el misticismo del viejo continente. Conocer diferentes culturas o mundos del underground nos renueva bastante y nos da otra perspectiva”.
Asentados en El Galpón, la sala que Elías armó, la banda prepara nuevas ideas en los ensayos de dos o tres horas que las agendas laborales permiten después de las 20. “El futuro más próximo hasta que se vaya Fran tiene que ver con tocar. En enero vamos a tratar de parar. Vamos a aprovechar para cerrar algunas ideas y componer”.
Tras la fecha de esta noche en Pura Vida, volverán el 4 de enero al mismo escenario y en el medio se presentará el sábado 28 en Caballito.