Por José Welschinger Lascano
La inseguridad, el tema más planteado en las encuestas sobre los problemas de la sociedad, es a la vez uno de los menos explicados o investigados; principalmente, porque su invención es reciente. Sin embargo, la construcción del concepto de inseguridad para cohesionar los hechos delictivos y generar un sujeto social como el responsable a señalar es un factor fundamental sobre el que se definen políticas y se deciden proyectos de país. Esta problemática, tan joven como importante, es el objeto estudiado por el investigador Esteban Rodríguez Alzueta en su nuevo libro, La Máquina de la Inseguridad. Historizándola desde los albores del kirchnerismo hasta el agitado otoño de 2016, el autor aborda la cuestión de la inseguridad desde una multiplicidad de enfoques en un libro que, comprometido con su misión de ser utilizado para la discusión pública, se despoja tanto de la jerga como de la cita académica.
-¿Cómo surgió el concepto de inseguridad en la Argentina?
-A la vez que emergió como una problemática destacada, la construcción de la inseguridad como un problema público en nuestro país tuvo lugar a mediados de la década de 1990. Sucedió que, en torno a la cobertura que comienza a ensayar la prensa sobre determinadas conflictividades, lo que antes era presentado como un hecho extraordinario pasó a ser expuesto como un elemento de lo cotidiano. Fue a mitad de esa década que se produjo ese desdoblamiento, y el miedo ya no fue al robo, sino a convertirse en víctima de ese evento. Es decir, la diferencia que actualmente tenemos entre la crónica policial y la agenda securitaria es la misma que tenemos entre el delito y el miedo al delito.
-¿Equivale eso a decir que la inseguridad es una mera abstracción?
-No. Hay que aclarar que la inseguridad no es sólo una sensación: es un tema que genera efectos concretos sobre la realidad. De alguna manera, ese temor puede delimitar nuestro campo de acción, así como puede enjaular a muchas personas dentro de sus casas. Modifica nuestras maneras de habitar y transitar los espacios; y por eso mismo merece una respuesta propia, particular.
-Entonces, con el desdoblamiento entre inseguridad y delito, ¿quién se beneficia?
-A primera vista, ese desdoblamiento parece duplicar los problemas de cualquier Gobierno, pero lo que se observa es que muchas veces esta construcción es utilizada para matar dos pájaros de un tiro: porque también funciona a la inversa, operando para resolver el miedo al delito, mientras los hechos delictivos son escondidos bajo la alfombra.
-Además de haberlo instalado como un tema central para la sociedad, los medios implícitamente establecieron que existe un consenso sobre ese problema, sin admitir discusiones posibles. ¿Existe realmente un consenso sobre la inseguridad?
-Ese es uno de los temas abordados en el libro. Alrededor de la inseguridad se han ido construyendo consensos emotivos, de índole afectiva, que sobrevuelan lo meramente racional. Se producen a partir de determinados efectos, porque hay eventos que tienen la condición de no generar divisiones en la sociedad: como cuando la prensa presenta la noticia de una niña abusada y asesinada. Semejante evento genera la indignación de todos los sectores, y en torno a esos eventos las emociones van movilizándose y moldeando determinados consensos emotivos. De hecho, una de las grandes promesas de la inseguridad es que aporta insumos para construir desde lo emotivo.
-La inseguridad está naturalizada en los medios como algo indiscutible, pero no así la manera en la que el Gobierno debe tratarla. ¿Cómo podrías caracterizar las diferencias entre lo que fue el protocolo de Nilda Garré en comparación con el ‘Protocolo Garro’?
-Hay que decir que se marcan más las continuidades que las rupturas, porque en materia de seguridad la década cerró con más preguntas que respuestas; pero lo que durante el kirchnerismo fue una clara contradicción, en el macrismo es un eje político desde el que se encara tanto a la marginalidad social como (y especialmente) la protesta social. En diciembre de 2015 comenzaron a profundizarse ciertas tendencias, que ya estaban presentes en la etapa final del gobierno kirchnerista; pero nadie podría decir por esto que el Frente para la Victoria y Cambiemos sean gobiernos similares.
-Marcando esa diferencia, se habló mucho de que volvemos a los noventa.
-No es posible un regreso a los noventa en este sentido, porque en el medio tuvimos diez años de recuperación política, durante los cuales se llegó a generar un nivel de organización que no desaparece así nomás. Ese es un dato fuerte que también maneja el macrismo, y por eso presentan dos tipos de propuestas: uno antipiquetes para enfrentar la protesta social, y otro que es la guerra contra las drogas. En la celebración social y mediática de estas medidas se permite el uso de fuerzas militares sobre la población, a la vez que se expanden las facultades discrecionales de la Policía.
-¿Cuál es el objetivo de esa doble propuesta?
-El objetivo es salir a contener a la pobreza. En Argentina, cuando hablamos de drogas, el imaginario nos remite a villas y chaperíos, nunca a los estudios jurídicos que blanquean y lavan dinero. Cuando se habla de una poderosa banda desmantelada, siempre el escenario es la miseria, y en realidad ese es sólo el eslabón más debil de una cadena muy fuerte, formada por grandes empresarios que negocian con el exterior.
-Anteriormente puntualizaste las diferencias entre lo que fue el protocolo de Nilda Garré, de cuya gestación participaron distintos sectores y organizaciones muy diversas para consensuar el contenido, y el protocolo de Patricia Bullrich, resumido en la sentencia ‘Les damos cinco minutos para que se vayan’.
-Sí, hay un capítulo del libro en el que presisamente se trata ese tema, el de las distintas regulaciones de las que fue objeto la protesta social. Durante el gobierno de Néstor, se puso la protesta del lado de los derechos humanos: había que proteger a los ciudadanos en el ejercicio de su derecho a reunirse, expresarse, peticionar contra las autoridades y circular libremente. Por eso aquel famoso protocolo de los 21 puntos de Garré no tenía como objeto la protesta social, sino al uso de la fuerza letal y no letal en manifestaciones públicas. Se le decía a la Policía cómo adecuar su praxis, enmarcándose institucionalmente dentro de los derechos humanos. En cambio, el actual protocolo le ordena a las fuerzas policiales correr a la gente, sacarla de la vista. Digamos que son dos protocolos diametralmente opuestos. Es más, el de Bullrich no dice nada acerca del uso letal o no letal de la fuerza. Si se comparan las gestiones, el giro punitivo del macrismo es claro y evidente.
-Esas legislaciones opuestas, ¿surgen de diagnósticos distintos acerca de lo que es la protesta social?
-No. Surgen de paradigmas distintos. El kirchnerismo estaba haciéndose cargo de las demandas que durante más de diez años fueron expresándose y ascendiendo, aquellas que tuvieron su eclosión en diciembre de 2001; no vino a negar esa realidad, sino a encauzarla hacia lo político, asumiendo la existencia de ese choque de intereses. El macrismo no viene con intenciones de agregar las demandas de los sectores mayoritarios, sino de los minoritarios, y esto supone el desarrollo de políticas públicas punitivas para contener y reprimir a la mayor parte de la sociedad cuando ya no se pueda seguir aguantando este modelo económico.
Una invitación a discutir
Abriendo la presentación del libro, Esteban Rodríguez comentó que una de sus principales ambiciones estaba en que fuera utilizado para la discusión pública por los sujetos que actualmente tienen agencia sobre el tema, entre los cuales destacó a la decana de la Facultad de Periodismo y concejal Florencia Saintout. “La invitación es a que el libro sea leído por actores que están tratando estos asuntos desde otros lugares, no sólo desde la comunidad académica: y el desafío en los años por venir está en lograr que la discusión llegue a otro público”, sostuvo el autor.
Iniciando el panel de comentaristas, el sociólogo especializado en estudios políticos sobre el delito Santiago Galar destacó que La Máquina de la Inseguridad es una obra con intenciones de intervenir sobre la realidad. “Busca alimentar nuevas discusiones, multiplicarlas o generarlas, vinculando cada vez más actores en este diálogo; y por eso, mientras abre el debate académico, también lo trasciende”. Además, el sociólogo comentó que el libro tiene una claridad que hace que su larga lectura (una edición en tapa blanda que ronda los 600 gramos) sea muy llevadera. “Constantemente está interpelando al público, sin importar a qué sector de la discusión pertenezca: Esteban utiliza sus herramientas para abrir y describir esta máquina, mostrándole al lector cómo y por qué funciona”.
A su término tomó la palabra Tomás Bover, antropólogo doctorado en estudios socioculturales. “En el texto se traslucen las articulaciones de distintos actores e instituciones, como la Policía y el Poder Judicial, o los vínculos al nivel del Estado”. Para Bover, el libro funciona como un gran ensayo, donde esas articulaciones son expuestas con la mirada puesta sobre un sólo tema, que es el de la inseguridad. “No hace eje en la Policía o el Ministerio de Seguridad”, explicó el antropólogo, “sino que hace desfilar a una diversidad de actores que muchas veces ni siquiera se nos ocurre pensar que operan dentro de este sistema: y por eso nos habla de distintas burocracias, corporaciones y sujetos políticos, que hacen cosas para que la inseguridad siga instalada como prioridad para la opinión pública. Vemos cómo se combinan para producir una forma de existir anclada en el miedo al delito”.
Julián Axat, convocado por su trayectoria como activista jurídico, afirmó acerca de la obra presentada por Rodríguez Alzueta: “Este es un libro necesario, porque brinda herramientas para entender una problemática que el progresismo nunca consiguió comprender”. El abogado y poeta platense comentó: “Por eso es un libro sumamente coyuntural, pensado para esta coyuntura; pero que está basado en conceptos que Esteban viene desarrollando en obras anteriores, particularmente en Temor y Control. Un concepto original del libro está en el término vecinocracia, utilizado para aludir a cuestiones muy complejas, pero que Esteban logra resolver en una sola palabra que seguramente quedará instaurada dentro de las ciencias sociales de aquí en adelante”. Sin embargo, Axat consideró que el principal aporte de La Máquina de la Inseguridad está en la demostración de que a esa organización se le puede oponer otra mayor: la de la militancia. “En este sentido, la posibilidad de una contrapolítica aparece como una apuesta a la esperanza, porque la inseguridad no puede comerse a la organización popular”.
La Máquina de la Inseguridad es un libro que se perfila como indispensable para comprender y explicar la complejidad de las tensiones sociales sobre el miedo al delito. En una prolija edición a cargo de Malisia, en la que no se desperdician páginas ni se amonontona los capítulos, el nuevo trabajo de Esteban Rodríguez abarca la cuestión de la forma más completa posible. La última sección, titulada «Vamos a la Guerra», habla sobre cómo el Gobierno macrista se apresuró a detener a Milagro Salas para asociar la militancia con el crímen; luego, sin que conste en el índice, hay una nota llamada «Militancia contra la Violencia», en la que el autor se dirige a las organizaciones sociales, actuales y futuras, explicando cómo utilizar la profundidad de la consigna Ni un pibe menos.
En 1726, Daniel Defoe escribió Historia Política del Diablo, un ensayo que proponía terminar con la moralización como estrategia para expulsar del juego político a los adversarios del rey, a la otredad cultural, y a quienes renegaban de la estructura eclesiástica. Tres siglos más tarde, la ciencia política continúa enfrentándose a la demonización mediática de los sectores subalternos, cuestionándose sobre la naturalización de un orden institucional. La máquina de la inseguridad se instala sobre ese largo debate.