En tan sólo un disco -su debut homónimo, del año 2010-, Pérez logró definir su identidad basada en una síntesis efectiva: canciones que arrastran la naturaleza lineal del indie-rock de guitarras pero desde una esencia pop pregnante, de mirada detallista y estribillos intensos, de esos que se cantan con los ojos apretados. Esa fórmula los posicionó como uno de los grupos más hiteros y de mayor convocatoria a la sensibilidad femenina de la ciudad, trascendiendo las fronteras rígidas del rock en un gesto renovador y expansivo dentro de una escena capaz de girar en círculo sobre sí misma.
La hora de los pájaros, su tercer disco, sigue profundizando esa línea de canción frágil y emocional -que en 17 canciones para autopista, de 2012, encontró un desarrollo demasiado extenso- sin mucha sorpresa, pero con pequeños gestos innovadores: en «Rompimos todo», las percusiones electrónicas y un teclado intermitente y pastoso definen el aroma solitario de la canción; en «No hay mucho más que eso» los sintetizadores transpolan a Pérez al sonido de esta década; o en «Al despertar», donde el cantante Ramiro Sagasti parece cantar desde una nebulosa entre baterías electrónicas y silencios pronunciados, sueltan un link directo hacia Charly García, una de sus máximas influencias.
Es probable que ninguno de estos nueve temas esté a la altura de los mejores de su cancionero, pero vale la pena escuchar la confección de estas piezas que suenan trabajadas al detalle, y que encuentran en las guitarras de Matías Zabaljáuregui su punto más atractivo, como en la coda de «La noche no terminó» o en «No hay mucho más que eso», en donde pellizca las cuerdas de manera histérica e incisiva en un solo final al mejor estilo Nels Cline.
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