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Por la palabra

Por Miguel Russo

Un día volvimos a comprender que toda sociedad se estructura, crece y sostiene en base a sus relatos. Comprendimos que esos relatos que habían ocupado el gran espacio de esa construcción cultural no nos pertenecían. Mejor dicho, que eran jirones elaborados por una sucesión de Gobiernos, en manos militares o en manos civiles, preocupados siempre por salvarse a sí mismos antes que por ser reflejo de la sociedad que decían representar. Gobiernos que estructuraban un Estado a espaldas del Estado: un Estado amparado en el fraude, un Estado benefactor de unos pocos, un Estado censor, un Estado represor, un Estado terrorista, un Estado privatizador o un Estado inerme y siestero.

Un día, el Estado comenzó a decir “nosotros”. Abandonó la primera persona del singular y dio el paso hacia donde todo parecía olvidado. En el camino construyó realidades, es decir, dejó de lado operaciones y matufias, como dicen en esos barrios donde llegaba el Estado, ese relato, después de muchos años por primera vez. Ahora bien: cómo explicar, cómo explicarnos, aquellos que nacimos con techo, con luz, con gas, con agua, con servicios, con escuelas y Universidades cerca, con transporte en la esquina, con las posibilidades al alcance de la manos, la alegría de esa Argentina profunda que recibía techo, gas, luz, agua, servicios, escuelas, Universidades, transporte. Cómo explicar, cómo explicarnos que a esa Argentina profunda llegaban las mismas posibilidades que para otros argentinos eran moneda corriente. Para decirlo todo: cómo explicar, cómo explicarnos que el relato incluía, ahora, a millones que desconocíamos o queríamos desconocer; cómo explicarnos que ese relato, ese Estado, nos hacía “todos” y, por supuesto, no podía ser de otra manera, nos hacía “otros”.

Pero llegó un momento en que ese relato debía organizarse, reorganizarse: dejar de ser unidireccional para convertirse en multidireccional. Prestar la oreja, saber qué experiencias venían de ese “otro” y con qué palabras podía expresarlo.

En líneas generales, faltó tiempo: no se borran fronteras construidas durante siglos de un plumazo. Mucho menos las fronteras culturales. Y de ellas se trata.

no se borran fronteras construidas durante siglos de un plumazo. Mucho menos las fronteras culturales. Y de ellas se trata.

Hubo, seguro, Universidades, editoriales y libros. Hubo autores, actores y lectores, pero las separaciones, los acartonamientos promovidos desde siempre por el mercado, hacían que todos esos sujetos fueran irreconciliables.

Hasta que, quizás como desde hace mucho, demasiado, a alguien se le ocurrió que esa consigna estipulada de “El libro, del autor al lector” fuera un camino de ida y vuelta. Del autor al lector, sí, pero también del lector al autor. Un cambio político-cultural. Una decisión. Chiquita, enorme.

Ese cambio proviene de un involucramiento. Una Universidad, una editorial, una colección, un libro. El involucramiento, en este caso particular, por supuesto tiene nombres: Facundo Ábalo, Graciela Falbo, Gabriela Urrutibehety. Y tiene sellos: Universidad Nacional de La Plata, Edulp, colección Abrepreguntas, Tres tipos ¿difíciles?

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Hay una definición fascinante en el libro de Gabriela: “Un escritor es alguien que no puede dejar de leer. Lee el mundo, a sí mismo, a la gente que lo rodea, a la sociedad, a la naturaleza, a lo que siente, a cómo lo siente, en fin, a todo lo que hace a la vida”. Y más fascinante aun es comprobar que si se modifica el sujeto de ese enunciado “un escritor” y se lo suplanta por “un lector” o por “otro”, por “alguien”, sigue teniendo la misma fortaleza. Y se transforma en verdad incontrastable para lo que significa esta colección, esta editorial, esta batalla.

Dar la palabra, escuchar esa palabra. Saber qué tiene para decir el otro, en el caso del primer libro de la colección, sobre Borges, sobre Arlt, sobre Girondo. Pero saber, sobre todo, qué tiene que decir de sí mismo, de su aproximación a eso que se le entregaba digerido.

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El hecho es un acontecimiento cultural, sin dudas. Pero tampoco caben dudas de que es un acontecimiento político superlativo. Un primer paso, otra vez chiquito, enorme, para empezar a caminar juntos.

En una breve reseña publicada cuando esta colección dio ese primer paso fundacional, recordé el tiempo que había transcurrido desde una decisión similar, la de junio de 1958, cuando Risieri Frondizi, por entonces rector de Universidad de Buenos Aires, nombró a Boris Spivacow al frente de Eudeba y revolucionó el universo argentino del libro.

Y sabrán disculpar si repito el mismo concepto final de aquella notita: “Pasaron 58 años desde aquella lejana Eudeba de Spivacow. Pasaron muchas preguntas y muchas respuestas en esas casi seis décadas. Casi ninguna pregunta y casi ninguna respuesta provino de la voz de ese ‘otro’ siempre utilizado, siempre manipulado, siempre convertido en receptáculo vacío de las grandes decisiones. Ahora, de la mano de Edulp, de la colección Abrepreguntas y del libro Tres tipos ¿difíciles? el ‘para quién’, el ‘para qué’, el ‘desde dónde’, el ‘cómo’ está a su disposición, para empezar a preguntar, para empezar a responder. Para empezar, otra vez, siempre otra vez, a buscar las palabras. Para empezar a encontrarlas”.

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