Por Ramiro García Morete
“En lo oscuro hay palabras sin tiempo, pero el tiempo siempre alguna buena trae/como trae la flor la corriente…” De pronto, su estadía en la banda se dio por determinada. Hasta entonces todo avizoraba un futuro luminoso junto, lleno de viajes y conciertos. Eso que había descubierto a sus 17 cuando ingresó como tecladista para otro grupo, The Siniestros, y a la semana ya estaba tocando en La Trastienda. “Esto es lo mío”, pensaría. A decir verdad, lo había sido desde siempre. Mucho antes de su banda punk Timothy Out o de anotarse en Bellas Artes cuando padre mediante tuvo que decidir algo más que andar en skate. Mucho antes inclusive de aquella guitarra negra “inafinable” que su madre le regaló, cansada de escucharlo golpear el piso durante la siesta al emular aéreamente las baterías del Top Ten de MTV sin tener el instrumento pero consiente de cada parte: bombo, hi-hat, redo, etcétera. Este talentoso músico de bandas como Roto o Rara ya hacía de pequeño su gracia frente a las amigas de su tía cantando temas de Alex Ubago o Chayanne.
“Necesito respirar aire nuevo/tantas repeticiones, tantas”. Pero ahora algo lo había apartado de su camino. Será por ello que “Al lado del camino” inspiraría directamente una de las tantas composiciones que emergieron en aquel momento triste, viendo con dolor cómo “desde la pantalla divina todo aparenta”. Fito se constituiría casi como una figura paternal. Junto a su compañera –la fotógrafa Sophi Di Girolamo, quien se encargaría de las fotos y arte del disco– entenderían que el camino debería llevarlos hacia el otro lado del océano. El Sienna Blanco –pero ex taxi– se convertiría en un boleto para dos y Barcelona sería el lugar ideal para recibir artistas. “Fue descubrir que estaba en una especie de burbuja y que afuera no solo no me juzgaban sino que me daban posibilidades”. Por entonces no paraba de tocar temas de Prietto, sumados a los del Flaco e inclusive Siniestros, por lo cual pudo ganar unos billetes para comprar la Guitarra Framus Parlor del 69. Tres meses después de la capital de la bohemia, regresarían.
“Bohemio” de Calamaro marcaría también a este joven que ahora cuenta 24 años, abierto a reconocer influencias y que no casualmente congenia también con “maestros” del círculo local como Kubilai Medina o Ramiro Sagasti. Junto al “Flaco” precisamente pasaría muchas mañanas de mate y libros en Tolosa, puliendo textos y purgando algunas canciones más “burdas” que sin embargo serían necesarias. Junto al Oveja (Nicolás Carlino, de Un Planeta) trabajarían un audio que suena despojado, logrado a través de un trabajo precisamente meticuloso.
“Es necesaria la melancolía y no hablar por hablar”. Conciliando desde el joven con Miles Kane y cierto aire español con el folk, lograría un repertorio conciso y cohesionado. Cinco canciones agridulces caminando en una atmósfera donde la economía de recursos potencia la propuesta. Bombo y bajos omnipresentes marcando el patrón y la tónica, guitarras limpias e incidentales, algunos teclados y la voz bien al frente con dosis exactas de displicencia y compromiso. Versos casi como proclamas confesionales que se sueltan y acaban generando un discurso. Hay algo en ese devenir, lírico y rítmico, que genera la sensación de avanzar a través de ese ejercicio contrario que es la melancolía. Será entonces que finalmente se sale de la oscuridad y el tiempo alguna buena trae. Así seguramente lo sienta hoy Santiago Monroy, quien escogió para su debut solitario el nombre doble Santiago Santiago casi como una forma explícita de reafirmarse. Aunque a veces eso se logra diciendo las cosas solo la vez que es necesaria, como cada canción de “Trae una flor la corriente”.
“El disco surge luego de mucho tiempo de tocar en un montón de bandas –introduce Santiago–. Acumulando canciones hasta hacer una seleccion muy breve de algunas que creí que conformaban un pequeño todo”. Y detalla con honestidad: “Estaba tirado, muy triste, escuchando “Bohemio” de Calamaro y pensé: este chabón está tirando las letras así. Quiero hacer lo mismo. Y también en ese momento, hace tres años, apareció Fito como una figura muy referente”.
El notable audio del disco estaba en su cabeza. “Siempre pensé el disco para salir a tocarlo. Nunca pensé más de cuatro instrumentos, más allá de pequeños overdubs… Y sumado a eso, el audio del disco en sí es a partir de los instrumentos míos”. Santiago enumeró con devoción y detalle: el Fender Precision, el Hofner, la guitarra Parlor, el Fun Machine ´74, el farfisa. Y su voz: “Desde el primer momento sabíamos por las letras que tenía que no tener mucha producción ni esconderla bajo ningún efecto, ni nada. Por el tema de las canciones. El todo se formaba por el relato… estas canciones medio agridulces”. Y completa el concepto: “Descubrí que quería hablar de un estado de ánimo. Pero no de alguien en general. Las otras canciones tenían mucha bajada de línea y fueron muy necesarias. Pero no quería eso”.
Fito Páez se vuelve recurrente en la charla. “Escuché a raíz de todo ese momento. Antes no le daba bola. No estaría recordando qué fue lo primero que escuché puntualmente. Ciudad de Pobres Corazones, El Amor después del amor, Giros… Pero sé que me llamó la atención que era como el Tío Fito… te estaba enseñando. En mi caso una figura más paternal”.
Respecto al futuro, tenía un año con varias fechas con sus otros proyectos que por razones obvias quedó en suspenso. Respecto a su camino “solista”, tiene una banda que lo acompaña: Marcos Cikes (guitarra), Gastón Posik (bajo) y Faustina Sagasti (batería). “Todo depende de la repercusión. Yo creo que la intención es meterle. Estoy pensando ahora hacer una sesión en vivo y un videoclip. En la medida de que eso se retroalimente, será. Y si no, es un gusto mío. No es que me interesa que aparezca mi nombre”.