Por Paola Garello*
A las hijas y los hijos desaparecidos y militantes de derechos humanos, la pregunta reiterada, clásica y que no falta en todas las entrevistas que nos hacen, desde niños de escuela primaria hasta en ámbitos académicos, es: “¿Sufrieron segregación por parte de la sociedad cuando decían que eran hijos de desaparecidos? “. La respuesta es rotunda: sí.
A la ausencia, el dolor, la angustia de no saber, se sumaba la perversidad de apartarnos como si fuéramos leprosos. Los niños y niñas no dudaban de nosotros, socializaban hasta que sus padres se enteraban de nuestras historias. Los que nos temían fueron los mayores, conscientes de lo que sucedía, aterrorizados por la desaparición, los asesinatos, la tortura, los centros clandestinos diseminados en todo el país. Adultos estimulados por los medios con el “No te metas”, “Por algo será” o “Algo habrán hecho” afianzaban el prejuicio de apartarse de los “subversivos”. Es claro, hasta entendible: el terror caló hondo, la violencia sumada a la campaña mediática que hablaba de terroristas y de militares que venían a poner orden a un país convulsionado fue fuertemente aceptada y absorbida. Los niños no tenían miedo de los niños; los adultos tenían terror de nosotros, aquellos pequeños niños, muchos de pañales.
Los medios jugaron un papel fundamental para que el genocidio estatal tuviera, por un tiempo, asidero en la sociedad. Llamativamente, en esta coyuntura política donde el Estado de derecho está en un profundo deterioro y quiebre, se amplifican aquellas voces que provienen del pasado, propiciando la histórica “reconciliación“ entre partes. Como si el sol y la luna tuvieran la misma intensidad estando juntos. Como si el agua y el aceite se unieran con solo desearlo. Imposible, jamás existirá esa imagen que pretenden los poderes.
Llamativamente, en el gobierno del presidente Macri, frente al negacionismo, el cuestionamiento al número de desaparecidos, el impune 2×1 que beneficiaba a genocidas, las domiciliarias, las absoluciones a condenados, el freno y el desfinanciamiento a las políticas de derechos humanos del pasado y del presente, se manifiestan en medio de esta escena hijos e hijas de genocidas. Llevó tan solo un momento darnos cuenta de que este grupo no representa la posición de todos los hijos de genocidas. Muchos son defensores fanáticos de lo hecho por sus progenitores. Basta con ir a los juicios y ver el odio con el que nos miran los familiares de genocidas. Basta escuchar a los hijos del genocida beneficiado Luis Abelardo Patti enorgullecerse de las acciones de su padre. Podríamos nombrar cientos de casos. Se hacen llamar “Hijas e hijos de Genocidas”. Paradójica inscripción que los vincula filialmente con los autores del horror.
Dos hijas de genocidas se quitaron el apellido como acto reparador para ellas. Toda una decisión simbólica. Desinscribirse de ese vínculo, desconocerse en ese origen, salirse de esa genealogía. Y muchas veces reivindicar a esas madres víctimas, como ellas y ellos, de violencia en el hogar.
La identidad que construye este pequeño puñado de hijos de genocidas es reconocer que son los herederos de una historia que los horroriza. Ellos están edificados en reconocer esos errores de sus padres, eligen como camino decir: “No somos como ellos”.
Estos nuevos actores no son víctimas del terrorismo de Estado, no son los hijos y herederos de una generación arrasada. Son afectados por violencia familiar, quizás la más salvaje o perversa, pero claramente no son damnificados por el genocidio. Ellos recibieron el relato sobre cómo ejercían el Terrorismo de Estado hacia hombres y mujeres de esta patria.
Nosotros, las hijas e hijos de las y los 30.000 tenemos el orgullo intacto y vivo de ser herederos de luchadores revolucionarios que dieron la vida por una patria justa, libre y soberana.
Cada vez que aparece un hermano o una hermana asume el apellido de ese padre y esa madre negados, como un hecho de reparación simbólica.
La información que necesitamos es la de dónde están nuestras hermanas y hermanos apropiados. Los nombres de los apropiadores, los lugares donde enterraron los cuerpos de nuestras madres y padres.
Nosotros supimos desde el primer instante que la desaparición de nuestros padres era ausencia desgarradora, que el dolor nos cruzaría hasta el infinito, que nuestra sangre pulsará inquebrantable hasta que haya justicia para todas y todos. Nacimos como organización frente a la más repugnante impunidad. Muchos de nosotros quedamos huérfanos, crecimos en las calles, sin posibilidad alguna de casa, ropa, cama, comida caliente, estudios, vacaciones, cumpleaños, navidades y años nuevos. Nos hemos parado, construido desde la decisión de salir adelante, nos construirnos en sujetos de derechos y militantes que se hacen cargo de esta historia y exigen Memoria, Verdad y Justicia.
*H.I.J.O.S. Escobar-Campana-Zarate