Por Alejandro Palladino
Las convocatorias de La Renga alteran los espacios que la banda visita, los tiñen de cánticos y banderas. Ayer, desde las 14hs, las inmediaciones de la Facultad de Periodismo se fueron poblando de jóvenes que se encaminaban en grupo al edificio Néstor Kirchner
Y también estaban los treintañeros nostálgicos de las fiestas masivas que a fines de los noventa canalizaban la bronca y la desazón, que ponían el grito en el cielo como un exorcismo ante el robo descarado.
Por las siempre tranquilas calles del barrio Mondongo desfilaban buzos negros con estrellas blancas o caras del Chizzo, del Tanque o del Tete, íconos del rock barrial argentino.
En el predio de la Facultad, sentados en el pasto, parejas y grupos de amigos y amigas compartían mate para combatir el frío. Incluso familias con nenes se acercaron al lugar, bien abrigados y al sol, esperando la llegada de los músicos.
Lucas y Melisa son de Florencio Varela; apenas pasan los veinte. Semanas atrás se enteraron por un conocido que estudia periodismo que La Renga visitaba La Plata: “Nos contaron y no dudamos en venir, sobre todo porque era en un lugar público, gratis, y nos queda cerca. Nos llamó la atención que vengan a una Facultad, está buenísimo. Cada tanto viajamos para verlos, cuando podemos por el trabajo”.
Sobre el escenario, en una pantalla, se proyectó el programa “Encuentro en el estudio” del periodista Lalo Mir, con una entrevista a la banda que luego le puso música a las imágenes.
A los costados del edificio, sobre los alambrados y atados entre los troncos de los árboles, los fieles “trapos” con consignas de las letras o nombres de localidades ambientaban el lugar. A los habituales carteles de los estudiantes de periodismo se les sumaban postales de una tarde rockera.
A medida que pasaba la hora, se escuchaban los cantos y las palmas, las ansias por escuchar la voz áspera de Chizzo, ver los saltos del Tete y la corpulencia del baterista Tanque Iglesias. Los que estaban más atrás se adelantaban para estar más cerca del escenario y poder ver a los músicos cuando salieran a escena. Fotógrafos, encargados de la organización, fanáticos del grupo y estudiantes se amontonaban sobre las vallas de seguridad.
Ante la ausencia de Chizzo, el líder, fue el bajista Tete Iglesias quien recibió el Premio Rodolfo Walsh de manos de Florencia Saintout, decana de la Facultad. Algo impensado en la época que “hizo” a La Renga: recibir un reconocimiento de una representante política.
Cuando el Tete alzó el Premio por ser artistas que defienden las causas populares, a la altura de su ya clásica barba rala, sonriente, los cánticos se volvieron más intensos. Subió la temperatura en la fría tarde platense, como si la banda estuviese afinando los últimos retoques para el recital que no fue.