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Un barco, un muerto

Por Maximiliano Ceci

Ivonne Barragán es una becaria doctoral del CONICET que estudió las relaciones cívico-militares, su accionar en la gestión de empresas estatales y las interrelaciones existentes entre las prácticas empresariales y las formas de organización y lucha obrera en el periodo de 1969 a 1979 en el Astillero Río Santiago. Fue convocada por el Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nº 1 de La Plata como testigo de concepto en el juicio que investiga el plan sistemático de represión que llevó a cabo la Armada argentina en el cinturón fabril de Ensenada, Berisso y La Plata.

“Me acerqué a la fábrica por sus características estructurales. Ser una fábrica estatal, industrial, estratégica, en término de tener una producción para la industria naval diversificada, pero además de producir para la defensa con la presencia de la Armada», explica Barragán sobre su estudio, que tuvo como punto de partida la transformación de Astillero Río Santiago en carácter de Sociedad Anónima. «Mi pregunta era qué pasaba con un colectivo obrero tan potente de organización que, llegada la democracia, no pasaba nada. Cómo interpretar históricamente la inacción de la organización de los trabajadores. Ante esa problemática, surgió la necesidad de mirar al otro sujeto, pensar la acción de estos trabajadores en relación directa con los marinos dentro de la fábrica”, detalla.

– ¿Cómo influyeron la firma de los convenios colectivos de trabajo en la relación con la fuerza de trabajadores y la Marina?

– Esto trajo cambios en la relación entre la empresa y los trabajadores, una mayor organización sindical y una marcada organización de intereses en esa etapa. Identifico dos grandes líneas de acción, que no pueden pensarse de forma aislada, pero está clarificada la hegemonía de un interés. Me refiero a que los trabajadores del ARS establecieron una práctica sindical sustentada principalmente en la lucha por el salario. Esto se consolidó a lo largo de la firma de los tres convenios y le da carácter y forma a la práctica de estos trabajadores.

Esta práctica relegó a los márgenes otras prácticas colectivas. Esta marginalidad hizo que se aceptarán condiciones de trabajo y salubridad inaceptables, con enormes riesgos. Había una idea de que la construcción de un barco correspondía al menos a la muerte de un trabajador. Había una frase extendida que decía: “Un barco, un muerto”. Es decir, la puesta en marcha de un buque implicaba la aceptación y la no puesta en cuestión de las condiciones de productividad a las que se enfrentaban los trabajadores.

– ¿Cómo se desarrolló la conducción sindical en la década abordada?

– La conducción sindical de Astillero, en esta etapa, siempre estuvo a cargo del peronismo ortodoxo, que se representaba en la Lista Azul y Blanca. Políticamente, se identificaba con los sectores más burocratizados que conducía Victorio Calabró en la provincia de Buenos Aires. A nivel local, el mando de la Sindical de ATE siempre estuvo encabezado por esta lista. Resalto lo de «siempre» porque siempre lo hicieron bajo elecciones, a diferencia de otras empresas, donde, por ejemplo, existió el fraude. Igual, no quita que a partir del año 73, el cuerpo de delegados estuvo con mayor participación de militantes de otras líneas políticas. En esos años, en Astillero se formalizó la oposición política, distinto a lo que sucedía en otras empresas donde sólo existía la Lista Azul y Blanca. La participación de las bases niveló las relaciones de fuerzas como oposición.

– ¿Cómo era la interrelación entre la Lista Azul y Blanca y los trabajadores de la oposición después del golpe?

– Los militantes de la época dan cuenta de que hubo una desarticulación completa. En las entrevistas que realicé aparecía muy fuertemente esto de no poder levantar la cabeza. La situación del Astillero implicó un desplazamiento, no sólo de la actividad sindical, sino del enfrentamiento de las distintas facciones. No puedo darte cuenta de la continuidad de las oposiciones en esta época. No había nada, era tierra arrasada

En el Astillero, la Marina se asegura para sí eliminar todo tipo de lucha organizada. La seccional estuvo intervenida hasta 1984. No hubo negociaciones colectivas hasta el 88 en Argentina. Quien fue secretario general de ATE, Juan Horvath, era un trabajador del Astillero que finalmente llega a la dirección nacional del gremio. Horvath va a la OIT, en donde, como representante sindical, declara que no hay violaciones a los derechos humanos en Argentina. A nivel nacional, la conducción de ATE fue colaboracionista.

En principio, a nivel regional, la Lista Azul y Blanca tiene características de burocracia sindical, en términos de sus prácticas expulsivas de oposiciones y patoteriles. Pero no he encontrado prácticas que efectuasen acomodos o beneficio económico. Sí eran violentos. En la primera etapa viabilizan una práctica empresarial. Tenían elementos de identidad con la Armada y hacían efectivo el discurso de Carranza. En el 73, la práctica empresarial y la construcción simbólica presentaron alguna resistencia de la oposiciones. La Azul y Blanca legitima el orden, no lo pone en cuestión.

En la segunda etapa, en que la Azul y Blanca coexiste con trabajadores que se le oponen en términos de su identidad política, su concepción de la realidad, los deberes que se deben entre los patrones y los trabajadores, la oposición pone en cuestión el espacio y el uso de la acción colectiva y el conflicto.

En esta convivencia, la Lista Azul y Blanca sostiene una práctica patoteril. Por ejemplo, los delegados eran golpeados antes de que subieran a hablar en las reuniones masivas. Por otro, también tuvo una postura muy utilitaria de los logros que sostenían las otras representaciones. Los beneficios eran para todos, y ellos los capitalizaban. Pero los que llevaban adelante el conflicto y ponían el cuerpo eran los sectores más combativos.

– ¿Cómo afectó el lock-out que efectuó la empresa entre el 30 de octubre y el 6 de noviembre de 1975 en la organización de los trabajadores de Astillero?

– El cierre de los puestos de trabajo tiene un efecto disciplinador muy importante en los trabajadores. Cuando la empresa cierra dos veces la fábrica, circulan al interior de la fábrica volantes que responsabilizan a los trabajadores más combativos y los acusan de muerte. Este lock-out desarticula fuertemente la acción colectiva y profundiza enfrentamientos previos. Genera un quiebre entre los trabajadores.


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