Por Miguel Croceri (*)
Una de las múltiples obstáculos que tienen, para llevar adelante sus luchas, los sectores políticos, sociales o de cualquier tipo que aspiran a representar los intereses populares, es su incapacidad o al menos su despreocupación para construir discursos contra-hegemónicos.
¿Qué significa eso? Que las dirigencias, militancias, organizaciones, instituciones, personalidades socialmente reconocidos/as, etcétera, cuya actuación pública procura defender los derechos y demandas de las mayorías sociales, casi nunca se ocupan de elaborar una retórica y una terminología acordes a los objetivos que persiguen.
Por el contrario, incorporan la retórica y la terminología hegemónicas, generadas por enunciadores, espacios o estructuras de poder contrarias a sus intereses y a las cuales pretenden cuestionar o combatir.
Un ejemplo muy vigente son las palabras-clave que el régimen encabezado por Javier Milei utiliza para su propio beneficio, en función de su prédica política y propaganda ideológica ante la sociedad, y que sin embargo son adoptadas y repetidas aún por sus opositores.
Así ocurre con los casos de «motosierra» y «licuadora», instaladas en el discurso político por el mileísmo con significados presuntamente virtuosos, sin que haya una re-elaboración crítica desde el campo político popular a fin de disputar el sentido de esas palabras en la percepción y en la reflexión del conjunto social.
El presidente argentino y el discurso oficialista en general -sostenido no solo por voceros estrictamente «políticos» sino fundamentalmente por el sistema comunicacional dominante, tanto de medios tradicionales como de redes y plataformas digitales-, usan los nombres de una herramienta para trabajar o realizar distintas labores (la motosierra) y asimismo de un artefacto hogareño para preparar alimentos (la licuadora), como metáforas de sus acciones de gobierno.
Pero tales acciones producen consecuencias terribles y devastadoras del bien común y la prosperidad de las personas. Por lo tanto el uso de las referidas palabras cumple una función de encubrimiento, de ocultamiento de los efectos verdaderos, de disimulo y distracción respecto del daño causado por el proceder gubernamental.
Entonces, los discursos de las dirigencias, organizaciones, medios de comunicación, usuarios/as de redes digitales, etc., que tratan de oponerse al gobierno, deberían llamar a las cosas por su nombre.
Cuando Milei y cualquier otro enunciador individual o institucional (por ejemplo las cadenas mediáticas de la derecha y la ultraderecha) dicen «motosierra», como equivalente a eliminar gastos innecesarios, combatir el despilfarro o la tan mentada «corrupción», y en general ahorrar fondos del erario, en realidad están encubriendo el saqueo de bienes públicos, y la destrucción de mano de obra y recursos estatales que se requieren para el desarrollo humano personal y colectivo.
Cuando dicen «licuadora», como metáfora de los mecanismos por los cuales el dinero que ganan las familias y el conjunto de la población «se licúan» frente a la inflación, están ocultando la confiscación y expropiación del poder adquisitivo de los sueldos, jubilaciones y demás ingresos de las clases bajas y medias de la sociedad, en beneficio de los grandes poderes económicos y de las clases capitalistas privilegiadas.
Manipulaciones retóricas de Clarín
La incorporación de la terminología enemiga en el repertorio lingüístico de los sectores populares, quizás haya empezado con la propia existencia humana. Desde que a lo largo de la historia se conformaron estructuras y dispositivos de desigualdad en el reparto del poder y la riqueza.
Pero lejos del afán de realizar una indagación con pretensiones antropológicas -lo cual sería ajeno a los conocimientos y posibilidades del autor de esta nota-, es posible rastrear fenómenos de ese tipo en la última década, o década y media, de la vida política y social de la Nación.
Tal es el caso de expresiones como «grieta», «cepo» o «ruta del dinero K», todas las cuales fueron generadas desde las usinas de manipulación de la opinión pública manejadas por el conglomerado empresarial que gira con el nombre de “Grupo Clarín”.
En nuestro país se habla de “grieta” y, más que hablar, a partir de esa noción conceptual se piensan y analizan los temas de importancia colectiva, prácticamente en la totalidad de los discursos públicos. Incluido el del kirchnerismo, contra el cual ese término fue “inventado” en el sentido que tiene actualmente en la política argentina.
La palabra fue implantada en los rincones más inconscientes de la subjetividad social a partir de 2012 -después de la reelección de Cristina Kirchner como presidenta a fines del año previo- cuando desde las pantallas televisivas del Grupo Clarín (Canal Trece y TN) empezaron a ser mencionadas por el periodista, showman y empresario de negocios turbios Jorge Lanata.
Le siguieron decenas, centenares y finalmente miles y miles y miles de enunciadores públicos, que terminaron por naturalizar una expresión cargada de contrabando político-ideológico. Según el uso estigmatizante inicial, el kirchnerismo era tan pero tan “malo” y perverso, que había dividido a los argentinos y provocado una “grieta” en la sociedad, en las familias, entre amigos, en grupos de trabajo y en todos los ámbitos donde antes se vivía en paz y éramos felices.
Algo similar sucede con la palabra “cepo”, de absoluta vigencia hasta hoy. A fines de 2011, cuando la entonces presidenta de la Nación tomó medidas para afrontar la escasez de dólares que necesita para crecer y desarrollarse un país que no emite esa moneda sino la propia, Clarín encontró rápidamente la forma de inducir a la población para que tomara a esas decisiones como un ataque contra su libertad.
Los controles del mercado cambiario existen en una gran cantidad de países del mundo y son instrumentos propios de la intervención del Estado en la economía. En aquel tiempo fue una herramienta para tratar de limitar la fuga de capitales y la sangría de recursos que el capitalismo especulativo se dedica a perpetrar en perjuicio de la sociedad.
Pero no se trata de ningún “cepo”. Son regulaciones para la compra y venta de moneda extranjera a fin de orientar recursos financieros que, como todos los recursos económicos, son finitos -no porque sean “chiquititos” sino porque tienen fin, se agotan, son limitados, no son interminables, poseen la característica de la finitud-, y por lo tanto se debe administrar su distribución.
Otro ejemplo que revela el poder del cártel Clarín para imponerle al conjunto de la sociedad cómo debe pensar y nombrar a los asuntos de la realidad colectiva, es la expresión propagandística “ruta del dinero K”, disfrazada de información judicial.
A lo largo del tiempo desde principios de la década pasada, y también a partir de montajes realizados en espectáculos televisivos que encabezaba el showman Lanata en los canales de la misma empresa, millones y millones de personas han percibido esa expresión, y sobre todo han incorporado su significado político estigmatizante.
Y aunque parezca mentira, no existió nada en los expedientes judiciales que se denominara “ruta del dinero K”. Se trataba de causas penales -normalmente manejadas por jueces y fiscales ultra-antikichneristas- donde supuestamente se investigaron maniobras de lavado de dinero en las cuales estuvieron involucradas varias personas, entre ellas el empresario Lázaro Báez.
(Los ejemplos citados en los últimos párrafos fueron comentados en una columna de opinión que publicó el portal Vaconfirma hace algo más de cinco años, titulada «‘Grieta’, ‘guerra’, ‘cepo’, ‘dinero K’ y más inventos de Clarín». Nota del 15/07/2019).
Nadie cuestionó las palabras-clave
Milei ganó la elección, en parte, por sus aciertos retóricos. Uno de ellos fue apropiarse de las ideas/ideales y conceptos «libertad» y «libertario», con la complicidad de los medios de comunicación dominantes y una minuciosa planificación del aparato clandestino de manipulación en redes y plataformas digitales.
Pero además, el actual jefe del régimen y el conjunto de la ultraderecha hoy gobernante, tuvieron una ventaja que les fue regalada por las dirigencias que aspiran a representar al pueblo, las cuales nunca salieron a cuestionar el sentido de tales palabras-clave.
(Un artículo publicado por Vaconfirma hace más de tres años y medio expresaba lo siguiente: «Los grupos encabezados por Javier Milei y José Espert se autodenominan con una palabra asociada a la ‘libertad’, lo cual ‘cae bien’ en ciertos sectores de la sociedad, incluidos algunos jóvenes. ¿Pero por qué desde espacios políticos populares no se los llama como lo que son?”. El texto se titulaba “Los extremistas ultra-capitalistas se hacen llamar ‘libertarios’”. Nota del 15/03/2021).
El mismo recurso discursivo -exitoso para sus propósitos- por parte del mileísmo, y la misma desersión -defección, inacción- desde los sectores que lo enfrentaron electoralmente, ocurrió y ocurre en torno al uso de la palabra “casta”.
La noción fue instalada en la opinión pública como sinónimo de la política en general y de la política democrática en particular, sin que nadie saliera a refutarlo, a rebatirlo, a contra-argumentar.
En un sistema capitalista la “casta” que domina al conjunto de la población es la clase social propietaria de -precisamente- los grandes volúmenes de capital, más las corporaciones de todo tipo que representan sus intereses. Pero jamás las fuerzas populares elaboraron una retórica y una terminología que propusieran otras maneras pensar y comprender los asuntos de interés colectivo.
Por caso, podría haberse explicado que durante la dictadura iniciada en 1976 no hubo diputados/as ni senadores/as nacionales, ni tampoco legisladores/as en ninguna provincia ni concejales en ningún municipio. La política partidaria estaba prohibida y los únicos que hacían política eran los propios militares y civiles usurpadores del poder. Y sin embargo allí empezó el saqueo de la Nación a través, por ejemplo, de la deuda externa, que hoy sigue siendo el problema económico más grave de Argentina.
Dicha deuda apenas superaba los 8.000 millones de dólares cuando las fuerzas armadas asaltaron aquella vez las instituciones de la República, pero en solo siete años y medio el régimen genocida provocó un endeudamiento mayor a los 45.000 millones de dólares. (El tema fue comentado semanas atrás en un texto publicado por Contexto bajo el título “El país fue destruido cuando ‘los políticos’ no existían”. Nota del 26/08/24).
Ahora, cuando Milei lleva un año en el poder y su accionar causa efectos catastróficos día tras día, hasta los sectores más combativos de la oposición -incluidos los medios de comunicación contrarios al oficialismo- multiplican el uso de la expresión “motosierra” y a veces también “licuadora” para plantear sus críticas.
De esa forma, inconsciente y paradójicamente, se le hace propaganda al régimen de extrema derecha porque se “nombra” a la realidad con términos que encubren, ocultan y/o disimulan las decisiones del gobierno y sus consecuencias.
La confrontación política incluye, dentro de múltiples dimensiones, a la micro-semántica: la disputa es palabra por palabra. Los discursos desde el campo popular debieran hablar claro y llamar a las cosas por su nombre, en lugar de repetir lo que dicen los discursos hegemónicos.
Para ello es necesario superar la pereza intelectual. Y a la vez resulta imprescindible construir una voluntad política enérgica y creativa, capaz de enfrentar a los colosales intereses que agreden y hacen sufrir al pueblo.