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Veinte años desafiando lo imposible

Veinte años es mucho.

Éramos jóvenes hace veinte años. Ese fue el chiste del encuentro. No había niñas y niños corriendo a nuestro alrededor o hamacándose en las telas que colgaban del escenario de la sala del Hotel 6 de Embalse, en Río Tercero. Dormíamos en carpa. Ahora lo hicimos en un complejo construido en el peronismo de los cuarenta, al estilo Chapadmalal, que nos albergó esta Semana Santa en el Congreso de la Red de H.I.J.O.S, en Córdoba.

Hace veinte años era 1995. Era la potencia del encuentro y un presente tan desafiante que había que dar vuelta como una media. Conocernos fue conocer la historia de nuestros viejos multiplicada en un espejo infinito. Hicimos estallar el silencio en nosotros, en nuestras familias, en las calles. Queríamos saberlo todo, entenderlo, transformarlo.

Fuimos detectives. Buceadores de archivos. Preguntadores. Historiadores. Arqueólogos de pequeños tesoros. Restauradores de fotografías.

No hablábamos de justicia al principio. Hablábamos de verdad. De saber la verdad. De construirla. La justicia vino mucho después. La impunidad era un hecho que parecía inalterable.

La sensación física de saber que los genocidas caminaban entre nosotros hizo nacer el escrache. Una denuncia que, al tiempo que señalaba a los asesinos, interpelaba a los vecinos y exponía la impunidad judicial. Esa herramienta que otras y otros tomaron en el mundo para sus luchas.

Si nuestros viejos querían cambiarlo todo, ¿por qué no soñarlo nosotros? Lo imposible sólo tarda un poco más, decíamos.

Un 24 de marzo nos pidieron perdón en nombre del Estado y la justicia fue un horizonte posible.

Fuimos testigos. Querellantes. Expertos en testimonios. Precisos declarantes. Eruditos en delitos de lesa humanidad.

Aprendimos que la condena alivia, aunque algunos daños son irreparables. Y que siempre quedan cosas por hacer porque la justicia es mucho más que los genocidas en las cárceles. Es que a nadie le falte lo que necesita para vivir con dignidad. Y con felicidad. Porque esa es nuestra mejor venganza.

Somos una gran comunidad de hermanos, que nos peleamos y nos queremos, orgullosos de nuestra historia y de todo lo que hemos podido construir juntos. Que aprendimos a reírnos de nuestros dolores, a carcajadas, para volverlos más livianos. Que nadamos contra la marea cuando hizo falta, y que no dejamos de hacerlo cuando la corriente está de nuestro lado.

Todavía hoy nos pasamos una noche entera bailando juntos. Saltando y cantando. Nuestra alegría no es la de las publicidades de Gancia. Es la certeza de que vencimos la muerte.